Dormir es morir un poco se dice y es verdad. Esto nos da idea así, por encima, de la profundidad de un hecho tan simple y que se ha ce repetir cada día varias veces. Si se tiene en cuenta, además, que es el menor el que ha de asumir esa sensación de aceptar morir un poco varias veces al día y a lo largo de muchos días en los primeros años de la vida podemos darnos cuenta de la dimensión del capítulo sueño y de las posibilidades de resolución.
Es cierto que los niños terminan durmiendo cada vez pero el mismo hecho de dormir puede tener tantas connotaciones distintas que pecaríamos de ligereza si no nos detuviéramos a ponerle palabras a lo que pasa en esos momentos estratégicos. El primer apelativo al que tenemos que aspirar para hacer que asuman el sueño es el de grato. Es cierto que todos terminarán durmiendo cuando el sueño les venza pero no tiene nada que ver la lección que obtiene un niño que no quiere ceder al sueño y que termina vencido por la vida con una sensación de hostilidad interior al vecino que asume su sueño en paz, normalmente en compañía y con el gozo de sentirse seguro y reconciliado consigo mismo y con lo que lo rodea. Son sensaciones muy distintas y los dos casos que hemos planteado la que irán echando raíces que germinarán y terminarán creando una idea de la vida muy diferente en cada uno. Quiero suponer que esto es fácil de entender y que necesita poca argumentación. Sería mucho más complejo desentrañar lo que se esté cociendo dentro de cada uno a lo largo del tiempo.
No es raro, por ejemplo, que una de las manifestaciones más comunes que la inseguridad del sueño platee es el miedo a la soledad y que los niños reclamen la compañía del adulto a través del cuéntame un cuento, que puede llegar a ser mil, o cántame una canción, que otro tanto, o acuéstate un ratito conmigo, que puede terminar haciendo muy difícil y angustioso para el adulto ese momento de compañía que termina convirtiéndose en un cepo en el que se siente atrapado de mejor o de peor grado y puede que llegue a verse perdido y en manos del pequeño que de ninguna manera va a tener compasión de él porque está demasiado pendiente de sus sensaciones interiores para poder ver más allá de sus narices. Más de una vez les repetimos: “Es que no comprendes nada”, con un criterio muy injusto. Sí que comprenden. Siempre comprenden, pero no lo que nosotros queremos sino lo que a ellos les interesa en cada momento.
Como criterio general está bien que podamos acompañar a los menores en su entrada al sueño, bien a través de canciones, de cuentos o sencillamente tumbándonos un rato con ellos. Lo que no podemos olvidar en ningún momento es cuál es el destino de esa colaboración y cómo de lo que se trata aquí es de que ellos terminen aceptando el sueño como un hecho individual y propio de modo que nosotros podamos en un momento dado salir de su mundo y dejarlos solos que ellos terminen de afrontar su pequeña muerte cotidiana en paz. Si esto no lo tenemos claro desde el principio y cada vez no habremos entendido nada y terminaremos siendo los responsables del sueño y cargaremos nosotros con su miedo y con su inseguridad en cada cosa que les pase. Es cierto que los pequeños nos intentarán involucrar en cada sensación de angustia que experimenten, sencillamente porque somos su paño de lágrimas para todo. Pero es nuestra misión ir poniendo cada cosa en su sitio y que terminen por entender que su vida es suya y que nuestra misión es la de ayudarles no la de vivir por ellos.
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