El otro día estuve en la Alpujarra promocionando el libro de Pedro Antonio de Alarcón, Viaje a la Alpujarra, que acabo de reeditar. En mi viaje visité a varios alcaldes para que compraran libros para regalos de Navidad, el resultado fue satisfactorio, logrando vender casi una edición entre los diferentes Ayuntamientos. Y es que hoy día las autoridades parecen interesarse por la cultura, tanto, que alguna de ellas pecan de exceso de celo.
Así, al llegar a un pueblecito perdido entre bosques de castaños y cascadas de agua, me recibió el alcalde en su humilde despacho del consistorio. Era éste un hombre modesto y con fisonomía propia del lugar, nada más presentarnos me dijo, que aunque ejercía de alcalde su verdadera profesión era la de pastor de cabras. Usted no sabe, me indicó mientras se sentaba en el sillón presidencial, el sacrificio que tengo que realizar a diario para cumplir con mis labores de primer mandatario. He de levantarme al “ser de día” para ordeñar a las cabras y mucho antes de que amanezca las estoy llevando al monte para que pasten, pues sepa usted, que si las alimentara con forraje y pienso, no sería rentable tener un rebaño, además, yo no tengo sueldo como alcalde. Pero en fin ese es mi problema, cuénteme que le ha traído por el pueblo. En pocas palabras le comenté que era editor y que estaba interesado en que adquiriera libros de Pedro Antonio de Alarcón para regalar a sus vecinos. La idea me parece soberbia, me comentó mientras liaba un cigarro, Caldo de Gallina, pero no le voy a comprar ninguno. Y de verdad que lo siento, pues me parece buena la labor que usted está realizando y además me cae bien, pero lo que no puedo tolerar es que alguien que ha visitado mi pueblo y ha escrito sobre él, no haya tenido la deferencia de venir a presentar sus respetos al alcalde. Me dice, que el tal escritor se llama Pedro Antonio de Alarcón y que es de Guadix, no pega, los accitanos suelen ser gentes muy educadas y de gran instrucción, aunque siempre, desgraciadamente, suele haber un mirlo blanco en cada nido.
Ya de vuelta a Granada visité a otro Ayuntamiento, este se hallaba en el cinturón metropolitano, me recibió la concejala de cultura, una chica agradable y bien parecida, que perdió todo su encanto nada más abrir la boca, y no fue porque tuviese los dientes cariados, sino por la patada que le pegó al diccionario de la Lengua Española, al decirme con total soltura ante mi ofrecimiento de venta de libros: “nosotros ya habemos comprado y no necesitamos”. Así, sin más le pregunté cuál era su profesión antes de dedicarse a la política, a lo que me respondió muy dignamente que era empleada del Ayuntamiento en el cargo de técnico higiénico de oficinas e instalaciones. Algo que no logré comprender, pero que sonaba a ingeniero físico-nuclear y que resultó ser empleada de la limpieza.
En éstas andaba cuando me sonó el móvil, era mi amigo Ignacio Pozo que deseaba invitarme a una cerveza en Chikito. No te preocupes, le dije, cuenta que en media hora nos vemos, un aperitivo en tan magnífico lugar no se puede despreciar. Así que aceleré mi coche y a los pocos minutos me encontraba en la rotonda de la Carretera de Sierra Nevada, pero al llegar al cruce del Estadio Nuevo de los Cármenes me sorprendió un enorme embotellamiento de vehículos parados conformando una interminable cola. Varios policías desviaban el tráfico a otra dirección, sin importarles las súplicas de los conductores, muchos de ellos repartidores en sus camionetas y furgonetas. Empecé a cabrearme, no llegaría en media hora, es más, no llegaría. Bajé la ventanilla del coche y a un repartidor de pizzas que intentaba sortear vehículos le pregunté: ¿qué pasa…? Que va a pasar, me contestó, que ha venido la presidenta de la Junta de Andalucía a inaugurar una fuente y han mandado por seguridad cortar todo el tráfico. ¡Manda cojones!
¡Manda cojones!, nunca mejor dicho. ¿Cómo se puede cortar el tráfico de una ciudad para que una personalidad viaje cómodamente y no vaya a sufrir ningún imprevisto? Yo lo de los políticos y grandes personalidades es algo que no comprendo. Vamos a ver, los votamos el pueblo para que gestionen la nación, la autonomía o nuestra ciudad y aporten soluciones a los problemas de cada día. Son en definitiva servidores del ciudadano, que deben estar a nuestro servicio, que somos quienes les elegimos y costeamos sus salarios. En cambio, estos señores y señoras, como diría un alcalde progresista amigo mío, nada más ocupar su poltrona se olvidan de todos nosotros y empiezan a vivir en un mundo especial del que se sienten privilegiados, y para el que los ciudadanos de a pie somos “basurilla galáctica”. Esa es la terrible realidad, aunque yo lo cuente con la malafollá que me caracteriza como buen granadino. Bueno, cada quinquenio cambian de actitud por unas semanas, es cuando llegan las elecciones, entonces se vuelven en “hombres y mujeres” del pueblo y para el pueblo, bajando de su pedestal por algunos días y se muestran solícitos y atentos con la plebe, que para más “INRI” los venera a su paso como si de auténticos dioses se tratarán.
Volviendo al atasco, que enlaza con la inauguración de la fuente y la venida de la presidenta a Granada, hay que analizar lo que cuesta mantener cualquier acción de una autoridad. En el caso que nos lleva, la inauguración de la jodida fuente, me enteré que la obra, diseño e instalación del monumento había costado algo menos que toda la movida llevada a cabo para su estreno. Así supe que el traslado de la presidenta, donde se incluyen autómoviles, servidores, escoltas, policía, guardia civil de tráfico, restaurante de celebración del evento, políticos de la Junta desplazados, propaganda y banderitas era muy superior al costo final de la fuente. Lo que me lleva a decir de nuevo: ¡Manda cojones! ¿Había necesidad de tal parafernalia con los tiempos de crisis que corren?
En fin, aquel día me quedé sin cerveza en Chikito y para colmo de mis desgracias rompí uno de los amortiguadores del coche al pasar por uno de los múltiples badenes que componen nuestra red de carreteras secundarias. Factura que pagaré al mecánico con parte de los beneficios de venta de la edición del libro “La Alpujarra” de Pedro Antonio de Alarcón. ¡Manda cojones!
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