Últimamente el tema de la bandera nacional me tiene desquiciado. Y me tiene de ese modo porque hay argumentos que me tocan las narices y no llego a comprender. Pero es normal, debo de ser algo burro y no pienso como la gran mayoría de las personas, es más, ni siquiera lo hago como la minoría; mi forma de ser es anárquica, o lo que es lo mismo, pienso como me sale de los cojones, eso sí, siempre en el orden y respeto hacia los demás, aunque no tengan razón. Hay que ser demócrata, por lo menos hasta que se invente algo mejor.
Volviendo al tema de la bandera, no comprendo esos debates que se dan en la televisión hablando sobre ella con el misma sarcasmo que si se tratase de la princesa de la mortadela, o lo que es igual Belén Esteban. Así, debaten sobre la inconstitucionalidad del escudo del águila, sobre la constitucionalidad del escudo real, el de las barras… Y mientras tanto, la bandera roja y gualda se pregunta: ¿Y yo que carajo tengo que ver con todo esto? Y lleva razón, esta bandera es la de todos los españoles, sean de derechas o de izquierdas, demócratas o de ideas totalitarias, republicanos o separatistas (aunque les joda). Es nuestra tarjeta de identidad cara al resto de la humanidad, algo que debería encontrarse por encima de convicciones políticas, monárquicas o de cualquier índole.Por todo esto creo que nuestra bandera debería ondear en su mástil libre de toda identidad, sin ningún signo que la acompañe. Pues esas señas de identificación que actualmente nos parecen tan legítimas dentro de unos años pueden que no lo sean, al igual que ocurrió con las del yugo y el águila de Paquito. Y no quiero decir con esto que esté en contra de la monarquía. Dios no lo quiera, aunque con el proceder actual de algunos miembros de la Casa Real empiezo a cuestionármelo. Esta familia admirable y devota del pueblo español parece que comienza a dar muestras de cansancio en cuanto a su saber estar, no estando a la altura de las circunstancias con sus actuaciones personales en diversas ocasiones. Motivo por el que creo que el Estado, que somos todos nosotros, debería tener un sistema de control que decretara el proceder personal de “nuestra familia real”. Y sobre todo, sería conveniente que las cuentas patrimoniales estuviesen en el saber del pueblo, pues no hemos de olvidar que somos nosotros las gentes de la calle quienes les pagamos, aunque resulte burda la expresión. Pienso que es inmoral que, mientras hay en España cuatro millones de parados y no sé cuantos miles de familias viviendo en la más calamitosa pobreza, la Corona veranee en un yate de dimensiones de vértigo y esté en el ranking de las fortunas más importantes del viejo continente.
Pero en fin, no son los Borbones el eje central de esta editorial, así que no los hagamos protagonistas, y volvamos a la bandera. Decía que sería lógico que nuestra enseña no tuviese símbolos que la representara y que debiera ondear limpia como las que portan la mayoría de los seguidores que siguen a nuestras selecciones deportivas. Esas banderas son las que crean patria y unidad, si no que se lo pregunten a los incondicionales de Rafa Nadal, Fernando Alonso, Pau Gasol o de la selección de fútbol, a esos les da igual los emblemas, las ideologías y los partidos políticos, ellos a lo único que aspiran es a sentirse hermanados unos con los otros, mostrándose orgullosos de pertenecer a un país tan variopinto como es nuestra España. Estoy seguro que si se les inquiriéramos por el emblema que debería llevar la bandera, la gran mayoría respondería lo que acabo de plantear o, voy a más, que portara el número 7, por lo de Raúl. Seguro que los eruditos en estas lides no están conformes con mis toscas conclusiones y que opinarían que toda enseña debe mostrar un emblema, pues entonces digo que sea el del toro de Osborne, pero con sus cataplines. ¿Hay algo más español? Y si no que se lleve a referéndum.
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