jueves, 29 de noviembre de 2018

CARTA DE UN EDITOR A LOS AUTORES QUE LEEN POCO Y ESCRIBEN MUCHO por José María Sánchez Osuna (domingo, 28/10/2018)

Soy un editor:
La fortuna o la desgracia tuvieron mucho que ver a la hora de decidirme a desarrollar profesionalmente esta actividad. Nunca, en años pasados, cuando leía y leía libros de todos los calibres y clases que un día relativamente cercano tendría la oportunidad de ser yo quien los editara, quien tuviese la facultad de decidir en ocasiones sobre la publicación o no de un manuscrito. Para un editor vocacional, como es mi caso, es emocionante poder editar un libro, personalmente creo que es tan interesante casi como escribirlo. Y lo digo con la seguridad que la experiencia me confiere.
No pueden imaginar la sensación que se tiene al recibir por vez primera un manuscrito, que en la mayoría de las ocasiones suele ser la galerada de la obra. Comprendo entonces que soy la primera persona, a parte del autor, que tiene el privilegio de ver hechos realidad los sueños de alguien que ha trabajado duramente para poder contemplar las páginas que ahora tengo en mis manos, pudiendo tomar vida propia.
Cuando se ha leído la obra y se observa que reúne las características esenciales para su publicación, llega el momento de darle una forma adecuada para su posterior comercialización. Es el momento de corregirla (no se preocupen por ello, se le suele hacer hasta a los escritores de mayor prestigio), estudiar la colección en la que ha de ubicarse, maquetarla, volverla a leer, sacar los fotolitos para impresión, imprimirla, diseñar la portada, distribuirla, venderla y cobrarla. Todo un proceso de apuesta, riesgo y satisfacción.
Pero a veces hay personas que pretenden ser escritores por el simple hecho de escribir unos cientos de páginas y que suelen desconocer las bases fundamentales del trabajo literario. Estas gentes se lanzan a la aventura de rellenar páginas y más páginas sin ningún tipo de pudor, como el camionero que se precipita en la hazaña de pilotar una nave espacial sin ningún conocimiento. Entonces sucede lo que ha de suceder. Que el individuo, que ya cree que es un consumado escritor, se da de narices con todas las editoriales; empieza a hacer elucubraciones sobre la “mafia” existente en el mundo literario, para al final arrojar la toalla y desistir de su intento.
Mientras tanto los editores hemos tenido que soportar la lectura de “algo!” no publicable, que además de una pérdida de tiempo nos ha provocado inútil. A estos seres tan especiales les quiero dedicar estas líneas. No con el ánimo de disuadirlos en su afán de ser futuros escritores, sino en hacerles ver que la profesión de escritor es eso: una profesión y no un divertimento para las horas muertas. Para escribir un libro hay que sudar la camiseta, leer mucho y escribir menos. También es la mejor forma de ayudar a los editores, que tendremos más tiempo para leer obras trabajadas, favoreciendo a los profesionales de la pluma con una futura y posible publicación. Del otro modo, no pueden imaginar la cantidad de manuscritos que deberemos leer para nada y que en la totalidad de las ocasiones terminarán engrosando un archivador perdido o una triste papelera.

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