Desde hace varios años, observo, a través de los medios de comunicación, como se va deteriorando nuestro planeta de un modo paulatino: los polos se van derritiendo, las temperaturas cambian de modo desordenado, las selvas amazónicas desaparecen, las grandes ciudades sufren los excesos de la contaminación, los mares se convierten en las cloacas de nuestra civilización, los campos se desintegran en pos de una modernidad. En definitiva nuestro planeta Tierra, el planeta azul, se ha postrado bajo las garras de esta hecatombe que llamamos civilización. Y la mayoría de los poderosos, esos que rigen el mundo, parecen no tomar conciencia del mal que se está ocasionando, y miran a otro lado como si el desvarajuste en que estamos metidos no fuera con ellos. Tan sólo, una minoría de grupos sociales parecen estar concienciados de la trágica situación a que hemos llevado a nuestro planeta. Estos hombres y mujeres son calificados como excéntricos y soñadores y en muchas ocasiones como perturbadores del bienestar social.
El otro día, un reportaje de televisión despertó mi conciencia, mientras entrevistaban a una chica activista, que dedicaba su tiempo libre en recorrer una playa cercana a su vivienda recogiendo los desperdicios y basursas que los bañistas abandonaban tras tomar el sol durante las vacaciones. El hecho me produjo un malestar imposible de narrar, que me llevó a tomar la decisión de que yo, un amante de la Naturaleza, tenía que hacer algo para paliar esta debacle, llegando a la conclusión de escribir una serie de artículos que concienciaran a todos aquellos que los leyesen cual es el camino a seguir para poner freno a este mal que nos ha tocado vivir en la era de la informática, el desarrollo y la alta tecnología.
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