Basta con aplicar un poco de perspectiva crítica al tema de la Casa del Aire para darse cuenta de que lo que aquí se gesta va más allá de un problema de especulación urbanística abusiva, lo que aflora es una articulación enredada de valores con fuerte arraigo social que han entrado en un conflicto según parece irresoluble.
La Casa del Aire es privilegiada, pues su valía se está poniendo de manifiesto desde múltiples perspectivas. Por un lado, se subraya su valor económico; por el otro, se pone el acento en su significación histórica y tradicional. Economía y Tradición son dos aspectos a tener en cuenta en la configuración y estructuración de las sociedades modernas. Pero hay ocasiones, y esta es una de ellas, donde ambos polos del dilema se presentan como inconmensurables.
Incluso en la sabiduría popular más básica se siente el tema de lo económico como un problema inapelable, que toma dimensiones existenciales y condicionantes de todo proyecto vital. El valor mercantil de los objetos, que debería configurarse como un valor instrumental orientado al bienestar de la vida de las gentes y a la dinamización de las ciudades, se toma como un valor con vinculación normativa en sí mismo y se convierte así en “la medida de todas las cosas”. Esto es, se identifica el valor de los objetos con su valor monetario, convirtiéndose éste en el valor hegemónico que hace sombra sobre los demás, y se erige a una posición de incuestionabilidad que no es nada más que el fruto de incurrir una vez más en el error de confundir el fin con los medios. Esta problemática se vuelve, si cabe, aún más candente con el tema de la vivienda. Hoy por hoy, hemos aceptado como norma hipotecar nuestras vidas para poseer una vivienda en PROPIEDAD, aún sabiendo que el precio económico que pagamos por ella es el resultado de la demencia de un sistema que, respaldado por las ansias de los ciudadanos de sentirse propietarios de algo, ha inflado la burbuja hasta hacerla explotar. El privilegiado ciudadano medio paga por su casa mucho más del valor real de ésta, e incluso se siente orgulloso del esfuerzo que realiza por ello. Eso en el mejor de los casos, no nos engañemos, no todo el mundo tiene acceso a una vivienda digna, lo cual no es ni más ni menos que un atentado contra los derechos más básicos de las personas: véase Artículo 25 de la Declaración Universal de los Derechos Humanos.
No menos peliagudo es el asunto de la tradición. Cualquier persona suscribiría la opinión según la cual no todas las prácticas son aceptables por el hecho de estar arraigadas en la tradición. Sin embargo, está muy en boga en nuestra sociedad proteger lo tradicional como un valor en sí mismo. Parece que el punto de convergencia vuelve a estar en los derechos básicos. Así, lo sensato pasa por afirmar que las tradiciones son permisibles hasta que chocan con los Derechos Humanos. Por otro lado, todos estamos de acuerdo en que toda época histórica debe dejar su impronta, ya sea positiva o negativa, en eso que llamamos nuestra tradición. El tema es ¿Es necesario barrer lo anterior para poner la huella encima o la podemos poner al lado? Pienso que la problemática urbanística de la ciudad de Granada se ve afectada por este dilema: ¿Realmente hay que acabar con formas de vida de los barrios para instaurar el multiculturalismo y el cosmopolitismo que tanto nos gusta?
La Casa del Aire se encuentra en esta encrucijada de intereses. Unos movidos por su atractivo económico y otros por su interés tradicional, todos pujan por su PROPIEDAD. Los dueños económicos reivindican sus derechos sobre el inmueble porque lo han pagado. Los dueños de HECHO de la vivienda defienden sus derechos sobre ella porque gracias a su labor el inmueble se ha mantenido en condiciones para su habitabilidad, se ha conservado y reconocido su valía histórica, y lo que es más importante, han conseguido realizar allí sus vidas y sus proyectos, que para eso están las casas.
¿Quiénes son los PROPIETARIOS de derecho de la Casa del Aire? En mi opinión este conflicto de valores sí tiene solución, y ésta para por ampliar el concepto “propiedad”. Es necesario desvincular de Derecho a la propiedad de aquel que realiza el desembolso económico. Está escrito que el propietario de una vivienda es aquel que la paga, esto ES así. La reflexión es ¿Esto DEBE ser así? No caigamos en falacias identificativas del ES con el DEBE.
Más básico aún: ¿Violan los Derechos Humanos los valores tradicionales de vida vecinal que defienden los habitantes de la Casa del Aire? No. ¿Atenta contra los Derechos Humanos la especulación inmobiliaria que llevan a cabo las inmobiliarias en esta ciudad? Sí, pues contribuyen a que un sesgo de la población no tenga acceso a una vivienda digna.
Yo pienso que los verdaderos propietarios de la Casa del Aire son aquellos vecinos que la han hecho suya y han luchado por ella con esfuerzo y sacrificio.
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